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Jesús no vino a la tierra a tomar partido, vino a tomar el mando. Él es Señor y Maestro y nos da la increíble oportunidad de conocerlo y seguirlo con todo nuestro corazón. Ascendió al cielo y dejó a su Espíritu Santo para que habitara en nosotros y fuéramos sus representantes aquí en la tierra, sus embajadores. Ser la voz, los ojos y las manos de Jesús para un mundo perdido y moribundo es el mayor privilegio que tenemos. Él nos dio un plan simple en las Escrituras para difundir Su nombre y Su fama hasta los confines de la tierra. Primero debemos convertirnos en sus seguidores. Entonces tenemos los ingredientes esenciales para empezar a guiar a otros a Cristo y ayudarles a convertirse en discípulos que puedan repetir el proceso ellos mismos. Muchos cristianos no han tomado en serio este desafío de la Gran Comisión, pero los que lo hacen tienen un gran impacto en el mundo, dejan un legado eterno en esta vida y, sobre todo, agradan mucho al Señor.

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